Blow. Blew. Blown.

Y mi cerebro se cansa.
No consigue realizar las conexiones adecuadas. Desde las simples hasta las que más arenas han movido. Ya da igual desde dónde le vengan, no concuerdan el inicio y el final. Así que no se hacen. Pero se empiezan a hacer otras. Porque tonto, desde luego, no es. Ya ves. Por mucho que uno quiera mantenerlo inactivo a él no le da la gana.
Así es como conscientemente empiezas a echar de menos la sencillez y la satisfacción que suponían esas anteriores conexiones, claro, cuando se hacían bien, se hacían solas.
Así es como ahora, inconscientemente y por otro lado, se realizan otras automáticas. Te indican cansancio y desesperación. Te indican algo desconocido e inseguro, pero te preguntas si lo es más que lo demás. Te aportan, ya al tocar fondo, una visión diferente que alivia ese miedo a lo diferente. En definitiva, ves cosas que antes no veías. Es entonces cuando una balanza se te aparece. Nunca has querido usarla, pero de momento necesitas gritar al mundo que se te ha aparecido. Que has llegado a ese extremo que no conocías. Que el estar espectante sin hacer nada no es lo tuyo.
Que estás hasta los ovarios de no cumplir lo que grité este sábado en Pearl Jam: I dont wanna think, I wanna feel.

Sí. Pero sentir de verdad. Cien días seguidos. Mil días seguidos. Un único día, pero que al menos cuando el sol se ponga pueda decir que mereció la pena.


Lo echo de menos. No se puede ser tan soberanamente gilipollas.