6.10.08

Vasos comunicantes

Tenía, teniendo en cuenta que usé una de las veces la máquina de escribir, unos 10 u 11 años. Como quien se pira a Bélgica y acaba aprendiendo flamenco de oídas, yo estaba (eso sí) hasta los cojones del vocabulario que reinaba en mi casa la mayor parte del día. Cuando tus engendradores no terminan su trabajo al llegar a casa, sino que éste continúa como si fuese tan gratificante como respirar, acabas sensibilizándote a todo lo relacionado con lo que observas cada día, para bien o para mal. Si algo tenía claro, es que en la puta vida estudiaría eso que veía cada día, eso que alimentaba las comidas y cenas y eso que algunas veces provocaba disgustos considerables en las caras de quien te ha parido. No me enrabietaba el rollete intelectual tan sumamente apasionado, me jodía el hecho de que, frente a mis amiguitos, tuviera una vida en mi casa que no aceptaba cosas como tamagochis, carros (los putos carros) para llevar la mochila al colegio, horas frente a la televisión, etc; y sí extraños vicios como los puzzles, los libros (Barco de Vapor rules), la música clásica junto a Rod Steward y Beatles. En el fondo, si me hubiesen quitado lo que me ofrecían más a mano, eso "tan raro", me habría jodido mucho más que el hecho de no ser "normal" frente a lo que me rodeaba cuando salía de casa.

Cuando crecí más y me adentré en esa estupenda época de la adolescencia, donde los granos y la mala hostia empezaban a aflorar como chinches, decidí, si cabía, que estudiaría lo que estuviese menos relacionado con aquello que me tenía hasta las p
elotas: los seres humanos. Bien por el odio natural hacia la humanidad de cualquier adolescente rebelde que sufre la preciosa fealdad de su desarrollo hormonal, bien porque a ese hecho se le sumaba que en casa seguía existiendo un jodido "no parar" de aquello en lo que mis padres trabajaban: psicología. Una psicología con un buen porcentaje de enfoque bastante en contra de lo establecido en ese mundo, tan en su mayoría surrealista.

Así que, viendo que las matemáticas y yo nos llevábamos bien pero discrepábamos en la igual dedicación de una y otra a nuestra relación, descarté la vía ciencias purísimas para la arquitectura, halo de mis pasiones por dibujar casas, y opté por tirar para el lado más interesante dentro de lo... no sé, viable: ciencias de la salud. Biología, química, llegar a conocer a las amigas integrales... sí. Soy de los que siempre se quedan embobados viendo un documental, u observando a las hormigas en cualquier parque. Y s
oy tan pedante, que desde siempre he establecido analogías entre las cosas. Así que teníamos la fiesta montada: empezaba a darme cuenta de lo que la vida en casa me había proporcionado y me ponía cachonda el mundo de la biología. Ambas cosas tenían que ver, pero con 18 años se es rebelde. Tiré a por plantas, hongos, células, virus, procesos A, procesos B, procesos número infinito, lo que viene siendo ciencia de la vida. Lo que viene siendo "la opción de todo aquello que no habla, que no se queja, que no llora, que no provoca más problemas de los cuadriculadamente esperados". O tener 18 años, y ser más burro ideológicamente hablando que Avril Lavigne interpretando Fuel de Metallica.

Un año duré. Llegar a Madrid, empezar de cero, vida nueva, hostias nuevas. Si hay que resumir, que creo que sí, fue algo así como "confundí, oh cielos, el vicio con el oficio". Y determinadas experiencias, los típicos primeros hostiazos que te metes contra el mundo en un contexto de "tengo dos manos y dos piernas y nadie más me ayudará con X problema" me hicieron darme cuenta de que, quizás, con toda la rebeldía e inteligencia que el primer año fuera de casa se originan en cualquiera, ese mundo que había vivido 18 años me había condicionado lo suficiente como para tener algo que hacer en él. Qué cojones: me encantaba. Oh, el ser humano. Esa ególatra curiosidad por saber cómo funciona, en un mundo donde apenas interesa que se conozca cómo lo hace realmente. Y ahora viene el dicho aquel de que casi todo lo que detestas sin razón convicente, lo acabas acogiendo en tu seno como si de una sentada posición coital se tratase. Me fui a psicología. A pesar de saber que el 90% eran tías, y que probablemente serían Chica Cosmopolitan. Como el cuento de la psiquiatra que resulta es anoréxica. Esas cosas que pasan.

Y este verano, en uno de mis revivals en una de las estanterías at real home, me topé con esto. De cuando [...] tenía 10 u 11 años, y me puse a escribir casos inventados. Mi madre lo había guardado. Y recordé el descojone general que produjo en su día. Y me dí cuenta de que era más lista antes que ahora. Y casi lloro como una subnormal, porque a pesar del sin sentido que pueda tener aplicar ese "idioma" aprendido inconscientemente, vendría otro dicho aquel que declara que, cuando "te quedas" sin algo te das cuenta del significado que tenía.




Con dos huevos, no sé si también inocencia.
Y entonces echo de menos a mis padres. Echo de menos a sus libros, a sus conversaciones en la comida, al ambiente general de mi casa. A mi padre pegando voces gane o pierda el Barça, a su gorro de cocina y a llamar al cinturón del coche de una manera distinta cada día. A mi madre dando el abrazo cuando estás mal y por fin tras tres kilos de insistencia dejas escapar que estás mal, a sus razonamientos claros, concisos y exigentes, a sus jodidas lentejas y cuando taladra el piano con los cuadernos de primero de conservatorio. Pues sí. Y tan normal. Con 21 años, con muchas broncas y sobradas atrás, con ese ansia por salir de mi casa. Les debo demasiado, y de ese demasiado la parte más importante es de manera inconsciente. Así que nada. Todo esto suena tan pedante que sólo interesa al palito este que parpadea mientras espera que escribas algo. El puto caso es que, cuando uno se pone melancólico para bien, sienta genial. Y para más obviedades, pues no sé, están las integrales.

1 comentarios:

A las 10/06/2008 11:23 p. m. , Blogger Quico ha dicho...

Grandísimo el texto de hoy.

De un modo similar acabé yo en el mundo del derecho, ya ves tú. Aunque en 5 años sacaré un disco de muchísimo éxito y me dedicaré a ir de gira, drogarme y follarme a supermodelos. Pero hasta entonces y antes de ponerme del revés,yo sigo con derecho. Lo de Ade fue por chulería.


¡¡Besoide!!

 

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