22.2.09

Excuse me

Una gran transición se asemeja a estar subido en una montaña rusa llena de loopings y vacía de sujección. También a un sueño, porque tampoco en una metáfora hay cabida para los milagros. Las cosas sencillamente ocurren, y no tienes mucho tiempo de plantearte el por qué y el hacia dónde porque toda tu energía la ocupas en intentar mantenerte en equilibrio sobre una barra del mismo en la que, de repente, has caído de sopetón. Bajo ningún concepto está la posibilidad de caerse de ella, porque, en la línea de la imaginación, y enlazada a la intuición, debajo sólo hay cocodrilos, nubes negras y alfombras en las que crecen los cuchillos. Aún así, hay un precio que pagar, hasta que pasas por el trago, y es cuando sientes tener autoridad para decir "yo he pasado por esa barra", y de ahí darte por convencido de una sabiduría que, básicamente, podrían aplastarte en cualquier ánimo pesimista y rastrero con el que te topases al segundo siguiente. Miro a mi alrededor y no suelo ver personas fuertes, para nada. La gracia del engaño es que, con él, uno puede distinguirse de un mono. Y ser débil, y oír un cuento chino sobre cuántas veces escaló el Himalaya sin saber siquiera cómo se suben unas míseras escaleras. Finalmente, siempre saldrá una voz que dice que todo eso se descubre, y que pinceladas que el karma marca acaba poniendo las cosas en su lugar. A mí eso me da igual. Te limitas a pasar por los terrenos de la gente, y a menudo te machacas con la puñetera suerte que ha hecho que no te encontrases a esas mismas personas en otro contexto, y en otro momento. Ahora estás en tu barra de equilibrio, con tantas historias entre las orejas que, por mucho go with the flow que intente ir de medicina por la vida, hay humo. Y tartamudeas, y dices completas gilipolleces sobre cualquier cosa. Y los tierras tragadme se dan a cada vez que abres la boca, porque, de un plumazo, has pasado página y el terreno de la siguiente se basa en quince barras de equilibrio, hasta llegar a la explanada. Mientras, estás en nublina. En la puta parra, y atolondrado. De repente hay millones de posibilidades abiertas, millones de cosas que hacer, millones de personas con sus millones de cualidades que observar. Ahí delante. Circunstancias.

Si el dúo de tormenta y calma tiene un sonido, es el Confutatis del Réquiem de Mozart.

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