¿O no lo mencionó?
Sin hacer el menor caso de los semáforos en rojo, Grady tenía una mirada fija y silenciosa, como un pájaro aturdido por un choque contra paredes y cristal.
Porque cuando surge el pánico la mente se atasca como el cordón de apertura de un paracaídas y uno sigue cayendo. Al doblar a la derecha en la Cincuenta y nueve, el coche entró derrapando en el puente de Queensboro; allí, más alto que los pitidos huecos del tráfico fluvial, y cuando la mañana que nunca habría de ver despuntaba en el cielo, Gump gritó:
- Maldita sea, vas a matarnos.
Pero no puedo despegar del volante las manos con que Grady lo aferraba; ella dijo:
- Lo sé.
Crucero de verano, Truman Capote.
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