21.8.09

The big detail

Es el pleno siglo XXI. Sin más rodeos, un siglo donde uno se queda en casa, suprimiendo contacto real por un contacto con el teclado, dando pase de su vida privada a un buen número de desconocidos que, con la tontería, pueden y lo hacen: interfieren con el contacto real que tengas. O en otras palabras, internet jodiendo relaciones. Así de llano y así de simple.

¿Y la culpa, de internet? Oh, come on. Me he extendido tanto en este tema durante X años que voy a resumirlo en una frase, de puro cansancio: la culpa es del gilipollas que permite que eso ocurra. Es decir, no hay efecto sin causa. No existen los milagros, ni las coincidencias, ni los cuentos de magia en los que agitas la puta varita y se desencadena el caos. Excusas de crío de cuatro años que apenas ha empezado a saber mentir, las justas.

Con todo, y al tiempo (y cuánto tiempo ha y qué cercano parece) descubres que no eres la única persona que ha mamado mierda de un núcleo de contradicción supuestamente ¿virtual? en el que, paulatinamente, desarrollas una capacidad de duda mayor que el número de conexiones que un cráneo puede albergar. En su sano juicio, quiero decir.

Con todo, tú siempre pareces ser el culpable. Primero, por el adjetivo que se te otorga, al reaccionar a lo que te están poniendo en las narices. Segundo, tú mismo te autoflagelas pensando que bendito imbécil integral estás hecho, haciendo caso a una dosis de telenovela de treinta meses seguidos.

Pierdes tiempo, pierdes energía, pierdes fe y pierdes tiempo otra jodida vez, para nutrirte con pasteles hechos con abono en vez de con algo que te impulse a seguir creciendo. O por lo menos, a mantenerte en la línea anterior, que suficientemente buena era.

Pero he escrito tanto y tantas veces sobre las causas y los efectos de un tema así, viva decirlo, por haber tragado vergonzosamente con ello, que me supone un esfuerzo sobrenatural repetirlo todo y más que eso, bostezo de aburrimiento como sólo un conejillo de indias sabría hacerlo, a merced del experimento número mil. Imaginemos, en analogía, que ese experimento está destinado a encontrar la jodida piedra filosofal que otorgue al experimentador, con carencias de aquí a Nueva Zelanda, una diversión sin límite. Una persona que se niegue al hecho de que si el cobaya A está ahí el cobaya B no cabe, difícilmente va a poder tener ambas opciones sin una especie de descuartizamiento del cobaya A, cuyos trozos queden alrededor del B y así quepan juntitos en el mismo sitio. Ya no digamos si encima hay cobaya C, y D, y E... dependiendo de la oferta de temporada. Un chollazo de experimentador.

Puedo ser muy directa, y muy clara. Puedo hacerlo de forma combinada con paciencia, con la creencia de que tiene un sentido y va dirigido hacia una solución. Y así me luce el pelo, porque las cosas no funcionan así. Así que te topas con mil cosas perdidas que ahora, que de repente tienes tres años más, empiezas a recuperar. El tono victimista, señores, no es otro que el del pobre experimentador que en su caritativa intención metía la zarpa hasta el extremo de la escala de fatalismo. No hay en esta historia más tonos victimistas que ese.

Whatever, y por circunstancias que no vienen al caso, he chocado con una historia parecida y, sin conocer los detalles, que ni falta hace, he comparado. Inevitablemente. He visto cómo otro ejemplo de experimentador, no sé si a la altura del de antes, lleva meses intentando enterrar su cagada, o múltiples cagadas, o lo que sea, y como sea. No me meto en qué deberían hacer con él, ni en juicios de ninguna clase. Pero estoy impactada de la insistencia ante su cagada, de la dedicación, de lo que arriesga, de esa forma de desnudarse hasta el punto del ridículo ante quien haga falta para conseguir su objetivo, que no es otro que estar con la persona que quiere.

Las conclusiones que saco de la comparación son tristes y tienen mucha mala hostia, que ya me gustaría erradicar del todo cuando pienso en este tema. Cuando sientes que sólo tú estás al frente de la solución del problema, sin ser parte de él, y acatas la responsabilidad de una madre educando a su retoño, llegas al punto de saber que no puedes contar con la otra parte para ello, que vas a ser tú, con tus nuevas historias y con lo que hagas al respecto quien mande a tomar por el culo tantísimo recuerdo desagradable. De hecho, cuando uno se lo guisa todo, la comida sabe infinitamente mejor. La relación esfuerzo-recompensa, para mí, es la maldita cúspide de la evolución.

Así que, con todo, hasta unas gracias por ello.

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