8.8.09

The coming back

La mirada transcurre, repitiéndose, de la ventana a la puerta de un coche que va a ciento treinta kilómetros por hora en una autovía rodeada de bosques que, de un vistazo, te muestran toda la gama de verdes que puedes asimilar.

Entonces imaginas que, abriendo la puerta del coche a tal velocidad, desafiando a la lógica de la física con una sonrisa paralizante, ruedas por la carretera sin el menor rasguño, frenas la caída cuando a tí te parece conveniente y andas hacia donde tus seres más queridos andan al puro borde de la mejor definición del shock.

Es decir, que no pasa nada.

Podías olerlo, podías evitarlo, podías incluso, a la vez, mantenerlo... intuías algo especial, raro y demasiado normal como para ser cierto, y llevado a cabo. Quizás hace demasiados meses, reunidos ya en años, que no me impactan tanto unas palabras. No porque no se me hubiesen dicho. En el fondo, son las palabras más simples del mundo. En el suelo del fondo, con sinceridad y coherencia que yo creía extinguidas, o al menos fuera de lugar, seguramente en otros casos, por lo que fuera, incompatibles. Batidora leve, cosquilleante, baño maría de burbujas en el estómago. Sí, a eso le llamo yo impactar. En un buen sentido, al cual le abres la puerta y le dejas entrar. Dios, quién no echaría de menos algo así.

Va a ser que, de tanto dejar atrás, sólo queda pisar lo de delante. Ya lo sabes, a veces tienes que ser un niño de cinco años para entender esa frase.

Creo, me temo, que será un Sí.

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