8.11.08

A collector

Todo está bajo control.
Cambias la canción. Mierda, esta no era. Joder, la puta segunda acción del botón central por aquello de ser el grande, el más accesible, no me satisface la puta necesidad instantánea. Adelantas veinte segundos y descubres que no es esa la puta canción que buscas. Porque la melomanía, parecido a la felinanina, esconde facetas entre las que se encuentra el puntito justo que quieres que te sea tocado. En ese puto instante. Puto, puta, putada, putez, mira si hay formas y a nadie le importan las variedades. ¿La seis? The becoming. El llegar a ser. ¿Qué cojones? Siempre hablando de dramones, como ramones, que se repiten, como ramas marchitadas esperando el puto cielo abierto y el claro de luz instantáneo. Es la segunda vez que se repite una palabra diccionario, las cosas están claras. Gran tecnología, la de la ironía. La puta canción número seis es la que justamente no tienes en el cacharro que te alimenta los minutos, cuartos de hora, transportes y lanzadas hacia escaparates luminosos carentes de interés estomacal. Ruiner. Ruiner. Joder, ahora sí, ahora la encuentras, suelta entre otras canciones buenrollistas pero no aclimatadas, como si el puto destino te estuviese ofreciendo el rollo peliculero y esto fuese un sinfín de palomitas. Te sabes la puta letra, te sabes el minuto con segundo específico exacto que te hace alcanzar el clímax que consiguiría una droga digna de escoceses, que te hace gritar al mundo que necesitas verlos. Verlos. Estás en medio de mil historias y parece que te relatas a cincuenta años más y te importa media mierda. Hablas de comidas sexuales y de preferencias psicológicas relacionadas y camufladas que encenderían a cualquiera con dos dedos de frente pero se puede, se pueden intercambiar opiniones porque la selección está entre los principios del tema.

Minuto 03.51. Ruiner. El puto preludio de la escena gore íntima que a nadie le contarías porque, efectivamente, no eres capaz de transmitir ni en media docena de palabras. Hay cosas que no hay por qué definir. Hay cosas que matarían a cualquiera sentado en su sillita instantánea, y va la tercera, por el surrealismo y novedad del tema. Somos unos putos cobardes. Somos los jodidos cobardes dignos del cuento de la historia de la condición. Pasas de la generalización porque eso te convierte en el puto progresismo que daría el bombazo de la contradicción. Sabes que has encontrado exactamente qué coño quieres hacer, qué coño quieres tener, qué coño quieres conseguir. Pero eres un cobarde. Apuntado a la lista de donación. Los putos días vuelan. No esperes que la espiral te solucione el sentido de tus diarreas. Las generalizaciones, por norma general, suelen tener razón. Otra cosa es que te desvíes de ellas. Sé capaz. Ten coherencia con el puto corazón que te late, y déjate de folladas cerebrales, cómodas, instantáneas, carpe diem, viejo tema. Lo que se alarga sin evolución es un sofá con unos brazos de chicle que jamás abandonarías porque has enterrado la raíz de las moléculas que lo conforman. Se te ha olvidado el sentido de todo ello. Te bebes la segunda coca cola y el cuarto café porque el mono lo pide, y el ser humano conforma la ley escondida de avanzar sobre ello. Minuto 03.50.

El semáforo está en ámbar. El puto flipado recorre Cuesta San Vicente se cree Zeus y sin contestador. La has encontrado, y el mínimo orgasmo digno de la definición del pequeño detalle hace que casi no percibas ni el color naranja del semáforo, ni el flipado de los cojones que te mira como si hubiese visto una aparición. Bien, párate. La máquina te arrollaría. La comodidad, el mínimo orgasmo digno de la definición del pequeño detalle, te arrollaría. Las generalizaciones son una mierda, y es la vez de separar la comodidad del sofá. Negar la novedad es absurdo. Negar el miedo también lo es. El surrealismo y el aburrimiento son el blanco y el negro de un número exacto de cromosomas sin diferencia de sexo pero sí de contexto. Esto lo deduciría un fontanero, de hecho, lo hace y nadie le toma en serio. Minuto 03.50.



2 comentarios:

A las 11/08/2008 4:00 p. m. , Blogger Quico ha dicho...

“Porque la melomanía, parecido a la felinanina, esconde facetas entre las que se encuentra el puntito justo que quieres que te sea tocado. En ese puto instante”

Plas plas plas plas plas…

Al carajo los estribillos o los riffs. Lo que enamora de una canción son esos pequeños detalles que te obligan a rebobinar una y otra vez. Ya sea un arpegio en limpio que te sorprende, una contra de batería original o un fragmento que consigue tirar tan fuerte del vello de tu cuerpo que la piel te duele.

Y bueno,para los “frikis” como yo los solos juegan un papel importante. Freebird de Lynyrd Skynyrd, por ejemplo. La canción en sí no me entusiasma, pero el solo del final es uno de los momentos más épicos de la historia del Rock. Un día iba en el metro con poca batería en el mp3 y me apetecía escucharlo, así que puse la canción entera. Podría avanzarla hacia el momento del solo, pero no es lo mismo, hay que ir preparando ese clímax. Antes de meter una pizza en el horno tienes que calentarlo, y el sexo sin preliminares es una paja. Así que estaba ya a punto, con todos los sentidos preparados, y cuando va a llegar el momentazo… “pi pi fiummm”

Se acabó la batería y se me escapó en alto un “CAGÜEN DIOS!!” El resto del vagón se quedó mirando. Haber soltado un “-es el mejor solo de la historia del rock, entendedme-” no habría servido de nada, así que me limité a mirar al suelo. Por lo menos no había monjas en el metro, esas suelen ir en escoba.

Y en cuanto a NIN, de lo mejor que he vivido en directo es the Fragile en la Riviera. Fue increíble.

Aquí el video:

http://www.youtube.com/watch?v=UUVlbVpDk_8


No se ve muy allá, pero me sigue pareciendo impresionante al recordarlo…

Enorme esta actualización, por cierto.

 
A las 11/08/2008 5:32 p. m. , Blogger Lara ha dicho...

I pick things up...



Es una enfermedad la melomanía. De las más molonas y refrescantes.

 

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