17.11.09

Appetite

Echar de menos. Un verbo. Como conocer. Y una circunstancia. Como conocer. Y para echar de menos hay que conocer, pero, a veces, también para conocer hay que echar de menos. En medio de las dos cosas visualizo un viaje en autobús. O en tren. Si se apura, en avión. Quizás incluso andando un par de calles, las de siempre, que ya distintas. Y una excitación muy rara. No tiene ni por qué ser agradable. No sabes ni a qué te enfrentas. Tampoco sacas nada haciendo un corro alrededor de ello. No saldrá del huevo kinder hasta que no le llegue el momento del nacimiento. Pero es curioso. Siempre he defendido, manía estúpida de por medio, que un ser humano no nace en el momento del parto. Que nace cuando se le engendra. Por aquello de que al igual que no deja de crecer una vez fuera del útero, tampoco dejó de hacerlo siendo una única célula. Ni tampoco esa célula empezó ahí. Las dos partes que la hicieron posible llevaban mucha mochila a la espalda, sí, me refiero a las otras partes que las hicieron posibles. Remóntate al bistec que ayudó a formar la proteína que ayudó a formar etcétera.

Ningún viaje empieza ahora ni empezará mañana ni, por muy horrible que fuese, empezó ayer. Así, cuando lo tomas con perspectiva, es más sencillo. Aunque eso sea una sucia mentira que piensas para intentar sentirte mejor.

Pero es lo que hay. Y, claro, echamos también de menos. Y, algunos de esos días, nos cansamos de conocer.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Hey! Me tryin to meet you

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio