In the water
Nos quiso dejar solos y lo consiguió con una artimaña digna de una mano maestra de la discreción, si bien mi contestación fue estúpida:
- Vale, yo... me iré en el siguiente .
La pequeña mesa de la cocina estaba inundada de latas de cerveza y de un envase de galletas que sustituyeron a los churros y al chocolate prototípicos. Intercambiamos dos frases cualquiera y me incorporé para no sé muy bien qué. Te levantaste y yo empecé a recoger la mesa: me dijiste que lo dejase, que ya lo hacías tú. Entonces salí de la cocina para ir al baño y me seguiste sin hacer el más mínimo ruido; apenas había cruzado el umbral de la puerta de la cocina cuando apareciste, en pleno giro. Me agarraste de la mano y me llevaste hasta tu habitación, sin mediar palabra. Estaba completamente a oscuras, pero recuerdo de sobra esa forma de tu pelo y los tirantes de mi vestido caídos hacia los lados. Estuvimos cuatro segundos mirándonos a lo que intuíamos eran ojos, los cuatro segundos más emocionantes de mi vida; entonces ocurrió. Llevaba meses deseando aquello como nunca había deseado nada antes y lo platónico pasó a ser real una, dos; varias veces. Era un secreto a voces, y el mejor guardado.
A las dos de la tarde, de camino a casa, escuché esta canción. Riéndome, flotando, cerrando de vez en cuando los ojos con una fuerza que dolía para reconocer que sí, estaba allí, era Año Nuevo y había ocurrido.
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