Mr Winter arrives at

Son las cuatro de la mañana, no tengo sueño. Sí un calefactor que salva del sleeping mortal de la calefacción central, una jarra de cerveza llena de agua y tres capítulos de Friends, 3ª temporada, para pillar el sueño como fuera. Y miro por la terraza, y está nevando. Está nevando. ¿He visto nevar alguna vez aquí? Realmente, no así. Es mi maldita primera vez, está cayendo la de dios. Despego la nariz del cristal y me voy, entre bailando y haciendo aspavientos a lo fuckyeah! a por el abrigo y los guantes. De repente, mientras intento hacer una foto peleándome con el flash-no flash de la cámara, el viento cambia de dirección y el abrigo puesto sobre el pijama se empapa de blanco, las gafas se me quedan ciegas y la sonrisa de satisfacción se convierte en un mecagoendios.

Pero me quedo mirando cómo los coches de la calle O' Donnell van mucho más despacio, y juegan con el veo, ¿qué ves? de la geometría en el parabrisas. De repente esto no es Madrid, no es Mordor, no es generalización de un frío seco y sin nada que ofrecer. Tampoco es una de esas ciudades con casas de cuento, gente que ofrece galletitas de chocolate y coco y parques en los que no te avergüenzas para nada de tu extraña afición a la época victoriana ni a los libros de Jane Austen; aquí la nieve está sobre sitios que intentan cumplir esa misma función pero maldita sea, por una vez, no parece tan feo, tan mole, tan marcapasos.

Y ahora, porfaplis, que se pase pronto el jodido invierno.