24.2.08

So much rage

¿Sabeis? A veces simplemente dan ganas de soltarse la melena, dar cabezazos con metal a toda hostia, emborracharse hasta morir y ser animal por unas horas. Volver a tus instintos animales, aparcar el puto cerebro, follarse a sí mismo y sentirse agusto entre tanta inestabilidad. O mandar todo a tomar por culo y acoger el cambio, que a fin de cuentas parece que tengo el gen predispuesto a ello. Que los que me rodean no estén a ese puto nivel... a tomar por culo, eso es otra historia y no me andaré con mariconadas existenciales.



13.2.08

Conversation between one&One.

- ¿Sabes, de esto... que llegas a la asíntota y la cosa se estabiliza?

- Mmm... bueno. Es que lo estudié hace mucho tiempo, y me pareció lógico. Pero se dio el caso de que por muy lógico que fuese, no lo almacené. Seré imbécil, o algo.

- Lo dudo. Te conozco, así que haz el favor de no refugiarte en leves excusas... eres imbécil diciendo que eso te ocurre por ser imbécil. Pero completamente imbécil. Me engañas a mí, y lo más grave, te engañas a tí.

- Vale, coño. Siempre metes la mano en los rincones más deshabitados y descubres que el objeto perdido estaba donde nadie quería mirar. Anda, sigue deslumbrándome.

- Es mi deber, y te jodes. Haber nacido gallina.

- Tan puta como las...

- Sí, y el parecido es... ¿casual? ¿existente?. Dios, céntrate. Decídete por otro animal que cacaree y no deje oír nada más, pero por dios, escúchame. Total, sólo voy a recordártelo, y te vas a sentir muy agustito.

- Desembucha. Pero despacio. Y de buen rollo.

- Te vas a acordar muy rápido. Porque no eres imbécil, no eres animal, no eres de esos que se aprovechan declarando poseer deformidades mentales como excusa a su verdadera naturaleza. Y aunque decidiste no almacenarlo, guardaste un poquito de información por si las moscas. Que tus principios te pueden, y al final caes. Has llegado a la asíntota. Y después de ella, recordarás que la cosa se estabiliza. Pero por el mero paso del tiempo no olvidas. No ocurre como cuando te aprendes una parrafada en francés de memoria, carente para tí de significado emocional. Sólo se ha debilitado el hecho de sentirte mal por eso. Recordarás que, si vuelve a pasar algo parecido, te sentirás peor que aquella vez. Pero sólo un momentito. Luego aceptarás ese sentimiento en menos tiempo que aquella vez. No te resultará tan incómodo, vamos. Y así pasa con todo. La naturaleza es genial. Por razones encadenadas, hace que algo nos resulte importante. Llámalo supervivencia. El amor forma parte de la supervivencia. La comida. El aire. La cerveza. Las muffins de chocolate. Prodigy, de vez en cuando. El sexo. El ego.

- Caray...

- Ya. Lo sé. Ojalá lo tuviese claro más gente. U ojalá más conciencias se lo contaran a más gente. Y la rehostia sería que lo viesen tan claro, que hubiese menos hostias en todos sus estilos. Pero eso no me incumbe a mí. No soy Dios. Sólo te cuento una última anécdota verídica y constante...

- Frena. Que ya me acuerdo. Esa araña... hacían vibrar su telaraña, y la pobre iba corriendo hacia ese lado. Y la cosa no disminuía. Siempre corría más y más rápido, cada vez. Vale, entonces llegó un momento en el que dejó de correr. Simplemente. Le sudaba la polla. Pero a la vez, como si alguien le hubiese cambiado el chip, empezó a hacer otra cosa... Algo así como añadir más hilo a la zona de la vibración, o mirar hacia otros lugares donde tejer otra telaraña. Normal, quería estar agusto. Y que si una vibración se diese, fuese por un mosquito atrapado. No por los vacileos del que experimenta. Joder. Esa anécdota era genial. Ya te voy pillando.

- Me alegro. Sé que te molaba parecerte a la gallina, y a su pseudónimo. Pero doy por hecho que quieres más a esa araña. Y uno de tus principios es...






3.2.08

Pepita Town

Hay veces que llegas a una ciudad que no es la tuya. Piensas que no es la tuya cuando, evidentemente, no estás hecho a dar saltos cual pulga, a acaparar la mínima oportunidad de conocer más, a conformarte con una sola visión de las cosas.

Eso da igual. Estés hecho a eso o no, te sientes perdido cuando el cambio ocurre de menor a mayor. Cuando yo llegué a Madrid, aparte de tirarme drogada doce horas al día, me sentía extraña. Muy extraña. No como cuando vas al extranjero. Ahí sabes que es temporal. Aquí... aquí sabías que iba para largo. Que era el comienzo de algo grande. De, esperabas, la mejor época de tu vida. Y en medio de lo gris, de lo desconocido, de la aventura en su máximo apogeo, visitas un lugar. Vas allí con quien, por aquellos días, te acompaña en todo contacto primerizo. Ya se sabe. Cuando compartes primeras veces con alguien, te une algo más que una simple relación de conveniencia, como todo lo que hemos venido a hacer a este mundo. Cualquier noche, por consejo externo venido a menos, llegas a un bareto singular.

Y entras, y alucinas. No sólo está en el puto centro de la Ciudad Gris, sino que, además, su recibimiento es de lo más cojonudo. "Oye, vais a entrar o no, hostias ya". Un señor un tanto mayor está impaciente en la entrada, y es que dos de vosotros aún dudan de si cometer la golfería adolescente de meter bebida en ese antro. Ni falta que hace. Ahí dentro se respira humanidad que emborracha.

Croquetas. Pósters de Bisbal a lado de Tool. Un "camarero" de setenta años, jorobado de Notre Dame, mala follá en sus venas. Dueños con aún peor mala hostia. Patatas bravas. Con ali oli. Calimotxos que, al primero, estás de un gilipollas que ni te aguantas. Muchas historias, muchas conversaciones, muchas risas... muchos comienzos ahí dentro. Y ayer, inocentes nosotros, pasamos por al lado. Y estaba aún abierta. Aún. Le queda poco, así que...

... espero que no dejen de comenzar nuevas historias, por rápidas que tengan que suceder.