Un poco de sangre en las venas
Chachi.
Me flipa esa palabra. Chachi, chachi, chachi. Luego está chacho, que es como del sur y se acompaña de tío. Chacho tío, esa gran expresión. No niego usarla cuando estoy en el meollo de unas veinte personas almerienses y pongamos que el alcohol y la confianza hacen de las suyas. Aunque la verdad es que eso del alcohol ha sido por excusarme de alguna forma. Me encanta decir chacho tío cuando estoy allí abajo. Aquí sería imposible. Ni en las veces que un madrileño hace la coña de imitar al andaluz, si ya de por sí un madrileño tiene gracia la mitad de las veces menos tres cuartos. Que no. Ya sea con su acento, ya sea con su cerebro, ya sea con su movimiento de manos y piernas, ya sea con su polla... hablando pronto y mal, hay que conocer ciertos límites. Así todo tiende al equilibrio. Y otras chorradas. Pero es que tengo el día crítico cabrón porque ha dejado de llover y ahora sólo se limita a hacer frío a secas. Por cierto, Chacho también se hace llamar el compañero sentimentaloide de mi sista. Es que novio suena fatal, siempre, almenos en esta lengua. Está la opción de compañero de dúo musical, aunque en su caso sea un dúo frikense que hace viajes a Japón y se trae una maleta extra llena de unas paridas increíblemente geniales. Cuando se fueron a vivir juntos pensé que en su buzón harían la gracia de "Chacho de la Torre, Ana Gil". Más que nada por parecerse simbólicamente a lo que su casa luego encierra, que es un paraíso de peluches cachondos, figuritas de Star Wars, discos y una habitación exclusivamente llena de libros, cómics, cassettes y juegos de mesa. Con una alfombra en medio rollo "cuarto de juegos". Pero no. Fueron serios, con lo del buzón. Supongo que llegas a los 30 y te ríes de todo, menos del cartero.
Chachi, pues... era el inicio de esto que ando escribiendo. Que es una palabra estupenda.